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Duraciones

de Víctor Solanas-Díaz

Hoja de sala para la exposición Duraciones, de Víctor Solanas-Díaz en la Galería Antonia Puyó y en el Antiguo Matadero de Huesca (2016)

Siguiendo al pensador francés, el paso de las Pequeñas Tecnologías, abarcables, a las Grandes Tecnologías, inabarcables a la dimensión humana, hace que las nociones tradicionales del tiempo y el espacio se disuelvan. La velocidad de las Grandes Tecnologías es el nuevo eje para organizar la experiencia social, y la velocidad es la forma que tiene el progreso de hacerse propaganda. Así, el accidente es ocultado o minimizado convenientemente.

Como cuando el Halcón milenario entra en modo hipervelocidad, que se deforma la visión de las estrellas, también la experiencia de la hipervelocidad del progreso en un continente inabarcable creado por las tecnologías, nos desorienta por falta de coordenadas, por la deformación provocada por la rapidez, por la pérdida de visión lateral. Estamos en un territorio sin cartografías conocidas, donde lo único que sabemos es que todo va muy, muy rápido, casi tanto como la luz.

La exposición de Víctor Solanas-Díaz trata sobre tempos. En música, el tempo es la velocidad a la que has de ejecutar una pieza. El artista reflexiona sobre tempos, es decir sobre velocidad, o sobre cuánto tiempo cabe en un proceso tecnológico frente a un proceso personal. Y también reflexiona sobre la percepción del transcurrir del tiempo, sobre la verdadera dimensión del “tiempo real” y sobre el concepto de duración frente al concepto de sucesión de instantes propio de un Tiempo accidental, el de la CNN y las tecnologías de la información.

Todas las piezas de esta exposición llevan por título una duración, expresada en horas, minutos, segundos. Se trata del tiempo que hay expresado en cada pieza. Con este gesto muestra la necesidad de individualizarlas, de contabilizar el trabajo artístico y reflexivo, en contraposición a la inmediatez de producción y de consumo que nos pide el mundo digital.

La primera de las obras consiste en una recopilación de todos los post-it que existen en el mercado, clasificados por sus diferentes tonos de amarillo. Con vocación archivística, Solanas-Díaz se ha dedicado durante 672 horas a analizar, descubrir, catalogar, inventariar, clasificar, entrevistar a expertos y empresas… Un total de 28 días dedicados exclusivamente a la investigación, al proceso previo a la resolución de la pieza artística. Más que las cualidades formales de la obra/archivo lo que le interesa al artista es la planificación y la investigación, que suponen una gran inversión de tiempo, y que priman sobre los resultados estéticos finales. Sobre éstos, el metacrilato y la gradación de tonos refuerzan esa idea de inventario o muestrario de sensaciones temporales. La clasificación de amarillos está realizada según tonos Pantone, que no deja de ser una convención industrial, artificial y no fenomenológica, teóricamente universal. Los post-it, por otro lado, remiten al mundo de la oficina y de los procesos eficientes, de ganarle tiempo al tiempo y realizar un trabajo en el menor tiempo posible, y también están asociados a la memoria, son un recordatorio dirigido al lugar donde se funde nuestra percepción personal del tiempo. Pero el metacrilato, material industrial, no nos deja escribir sobre ellos, de alguna manera nos impiden intervenir sobre nuestra memoria, como si la tecnología creara un muro de contención sobre nuestra subjetividad.

El valor de esta obra está en el conocimiento, no en la información. La información – aquí la ejecución- es inmediata, pero la creación de conocimiento requiere de más horas, de las que debemos ser conscientes para ponerlas en valor.

La segunda de las obras, 38 min 51 seg, es el registro de un recorrido realizado frecuentemente por el artista en coche. Realiza una fotografía cada 20 segundos del trayecto, el total de las imágenes componen una narrativa del viaje con una línea fija en el paisaje, la del guardarrail. Por un lado en esta pieza hace una representación del tiempo como la esencia del viaje. Contrariamente a la idea del viaje como distancia a salvar, a la idea de que ya no existen distancias ya que el tiempo ha dejado de formar parte de ellas, el artista recupera la dimensión abarcable de la pequeña tecnología, aquella que todavía nos permite pensar en términos humanos en la relación espacio y tiempo. La línea común a todas las fotografías recuerda también a otra representación habitual del tiempo, la de la línea cronológica de la Historia, hoy un poco desfasada en un momento de aceleración de los Acontecimientos. El guardarraíl es un elemento de seguridad, que proporciona al viajero una cierta sensación de guía o referencia que no encuentra en el territorio digital. Pero creo que tampoco es una loa a la pequeña tecnología como Arcadia donde vivíamos felices. La división de la duración del viaje en “fotogramas” nos plantea un asunto curioso, donde podemos traer a escena el concepto de duración de Bergson, que niega la espacialización del tiempo separado en instantes diferentes y desplegables, puesto que el tiempo real – el propio, el de la conciencia y la vida real- se mide en duración, en una fusión de momentos indivisibles. La separación del viaje en “fotogramas” o instantes congelados no deja de ser una representación espacial del tiempo creada por lo tecnológico, sólo que con una velocidad más accesible.

La tercera pieza, 1 min 30 seg, es una instalación de 3 vídeos de los intermitentes de tres coches de diferentes marcas. Por un lado vemos el código visual de la información – la luz parpadeante-, y por el otro el código sonoro – el tictac sincronizado que se corresponde al ritmo del parpadeo-.  El ritmo de cada marca es diferente, y al escucharlos a la vez se crea una polifonía disarmónica que nos recuerda que los productos tecnológicos, por muy objetivos que los queramos, no dejan de ser falibles o como mínimo sus estándares no son homogéneos. Los dos códigos, visual y auditivo, se destinan a dos perceptores con diferente ubicación, es decir conductor y peatón. El hecho de que percibamos los dos códigos de la máquina de manera simultánea nos da una cierta sensación de control sobre ella.

9horas, 21 min, 37 seg imita de alguna manera los castigos colegiales que consistían en escribir muchas veces una frase de orden disciplinario. Pero aunque a nivel formal parezca disciplinario en el fondo se trata de un intento de escapar al otro control disciplinario, el de la dictadura de la eficacia. El artista escribe repetidamente una serie de frases de su ética personal. A medida que escribe se apodera de él la sensación de pérdida de tiempo, ansiedad provocada por la urgencia y rapidez que el mundo digital ha creado en nosotros, y que convierten a la actividad manual, sin mediaciones tecnológicas que acorten los procesos, en un trámite farragoso. La perfección de las buenas intenciones iniciales se va degenerando y aparece la necesidad de acabar cuanto antes el trabajo mediante estrategias para abreviar como atajos, caligrafía apresurada, diferente presión del trazo… El sentido práctico, la inmediatez, la eficacia del progreso, se imponen a la dimensión humana del trabajo. Una de las consecuencias de la inmediatez y velocidad en nuestros actos cotidianos es la idea de que todo trabajo manual y todo proceso alejado del control corta-control pega es menos eficaz, y por tanto menos perfecto. Esa misma sensación de urgencia y aprovechamiento se puede ver en la tendencia cada vez mayor a leer en diagonal con la que nos perdemos la mitad del contenido.

La quinta pieza dura 2horas, 16 minutos y 54 segundos. Es el tiempo que emplea en trazar líneas horizontales sobre una tela con rotulador Edding hasta que la tinta se acaba. Al lado, lo contrapone con una hoja de pruebas de la marca en la que muestra lo mismo, cuánto espacio pinta un Edding antes de que se gaste. Las diferencias entre uno y otro establecen un contrapunto entre el tiempo personal y el tecnológico. Las maneras en las que se agota la tinta, las diferentes superficies que alcanzan a pintar un humano, con su fuerza y presión, y una máquina sobre papel, la supuesta precisión y verdad de ésta frente a la presión de un cuerpo sobre el rotulador, nos señalan la brecha entre la escala humana y tecnológica.

La última obra está compuesta de dos audios. 5 minutos y doce segundos dura la grabación de un discurso en el que el artista explica las ideas y referencias que están detrás de los trabajos de la exposición. 28 segundos duran los silencios de ese discurso, aquellos momentos de pausa propios de la expresión oral, y en principio vacíos, son entresacados produciendo así un nuevo tipo de contenido. El gesto destaca la importancia del silencio como tiempo necesario, una pausa del flujo de información imprescindible para la reflexión y el aburrimiento, un hueco por donde se genere pensamiento y se instale el conocimiento. Un silencio como recordatorio de la necesidad de reinstaurar la escala humana y lo personal en el centro de nuestra vida, que bastante regentada está en lo íntimo y lo social por el ruido de la velocidad.

Frente a la rapidez humanamente inconcebible de los flujos de información, frente al control corporativo que roza la distopía y la capacidad de las tecnologías y las redes de crear un proyecto de homogenización de las emociones y los cuerpos, Víctor Solanas-Díaz nos propone pequeños gestos de resistencia. Estrategias basadas en la recuperación de la duración como fusión de experiencias y no como acumulación de instantes. En la recuperación de la lentitud, en el valor del conocimiento y la cultura, de duración y tiempos largos, frente al consumo de la información ultrasónica. Nos proporciona pistas y posibles herramientas que bien podemos utilizar en nuestra propia lucha diaria contra las patologías de ese progreso que viaja a la velocidad de la luz.

Pilar Cruz Ramón

Según Paul Virilio el progreso crea el accidente. Si la invención del ferrocarril prefigura el descarrilamiento, o la invención del Titanic trae consigo la posibilidad de su hundimiento, ¿qué tipo de accidente puede deparar la invención del Whatssap? En este sentido, los inventos que han hecho posible el ciberespacio, traen consigo un accidente integral, que quizás está adquiriendo forma de patologías que nos están atravesando sin darnos apenas cuenta. Una de las que más profundamente cambia nuestra subjetividad y hasta la configuración de nuestros órganos es la patología de la velocidad.

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